Cuando decidí mudarme a Canadá, ya casi en mis 50 años de vida, nadie me advirtió lo más importante: que adaptarse no es obligatorio… y tampoco fácil. Me hablaron del clima, del francés, de la cortesía canadiense, pero nadie me dijo que, a veces, uno simplemente no encaja, y que eso no te convierte en una fracasada.
Emigrar no es solo cambiar de país
Uno no solo cambia de lugar, cambia de ritmo, de idioma, de olores, de forma de relacionarse, de códigos sociales… y, lo más difícil, de espejo. Porque mirarte en un país nuevo es como verte por primera vez: sin títulos, sin la red de apoyo que tenías en tu país, sin nadie que te diga “dale, que tu puedes” porque aquí nadie te conoce.
Y eso, a los 25 años, puede ser una aventura. A los 50… es una prueba de fuego. Porque llegas con una vida a cuestas, no con una mochila ligera.
El club de las desadaptadas
A veces me siento como parte de un club secreto: el club de las que no logramos “encajar” del todo. Las que vamos al mercado y seguimos sin entender por qué todo está en francés, incluso cuando ya lo estudiamos. Las que nos reímos dos segundos después que el resto porque estamos traduciendo el chiste mentalmente. Las que vamos a reuniones, pero preferimos quedarnos calladas porque no queremos ser “la latina que no habla bien”.

Y ojo, esto no es una queja, es una constatación. Porque por más talleres de integración que hagamos, hay cosas que no se aprenden: se sienten o no se sienten. Y yo a veces, simplemente, no las siento.
No se trata de rendirse, sino de redefinir
La mayor parte del tiempo no me siento parte del paisaje. Muchas veces tengo que recordarme que vivo en Canadá. No me levanto con la nieve diciendo “¡qué belleza!”. A veces, lo que siento es cansancio. Pero también siento orgullo. Porque sigo aquí. Porque he logrado cosas. Porque me estoy construyendo a mi ritmo, con mi estilo y con mis propios criterios de éxito.
Adaptarse no debería significar dejar de ser quien una es para calzar en un molde ajeno. Para mí, se trata más bien de tender puentes: entre lo que fui y lo que soy ahora. Y si no logro ser 100% “integrada”, al menos soy 100% yo.
Y si no me adapto nunca… ¿qué?
Pues nada. Sigo. Me armo mi tribu, me invento mis rituales, traduzco chistes a mi tiempo y sigo saludando a mi vecino, aunque mi ventana apeste. Porque adaptarse no es una carrera, es una convivencia. Y a veces, convivir con una misma ya es suficiente desafío.
Así que si alguna vez sientes que esto no es para tí, que nunca vas a ser “de aquí”, te lo digo con el corazón: no estás sola. No eres la única. Y no tienes que adaptarte por completo para tener derecho a quedarte.