Cuando decidí mudarme a Quebec, sabía que me esperaban muchas sorpresas. Había leído sobre la cultura canadiense, sus costumbres y su estilo de vida, pero una cosa es leerlo y otra es vivirlo en carne propia. Desde la legendaria amabilidad de los canadienses hasta el reciclaje obsesivo y las bolsas de leche, aquí les cuento algunas de las cosas que más me impactaron al llegar.
La amabilidad extrema de los quebequenses
Siempre escuché que los canadienses eran amables, pero en Montreal lo comprobé de primera mano. Aquí la gente se disculpa por todo, incluso si tú eres quien los empuja por error. No importa si te conocen o no, la mayoría te saluda con una sonrisa y un «Bonjour!» en cualquier parte. Es un cambio radical para quienes venimos de países donde la cortesía no siempre está en primer plano. Al principio, me parecía un poco exagerado, pero con el tiempo me acostumbré y ahora soy de las que pide disculpas hasta por respirar demasiado fuerte en el metro.
Segunda mano sin prejuicios
En mi país, comprar ropa o muebles de segunda mano se asocia con pobreza o necesidad. Aquí en Quebec, es todo lo contrario. Existen tiendas especializadas en casi todas las ciudades donde puedes encontrar ropa en excelente estado y a precios que te hacen dudar si son reales. Si tienes paciencia y visitas con frecuencia, puedes conseguir prendas de marca y de gran calidad.

Además, está la cultura del «don au suivant», que significa «donar al siguiente». La gente regala lo que ya no usa en lugar de botarlo, algo que me parece increíblemente generoso. Sin embargo, hay un pequeño problema: las chinches. Montreal tiene una plaga de estos molestos bichos, y si no tienes cuidado con los muebles o la ropa usada, puedes terminar con una invasión en casa. Así que, aunque la cultura de donar es admirable, siempre hay que asegurarse de la procedencia de lo que recibes.
Muebles gratis en las calles
Algo que me dejó en shock fue ver electrodomésticos y muebles en perfecto estado abandonados en los jardines de las casas. Cocinas, sofás, lavadoras… ¡todo ahí, esperando a que alguien los recoja! Con el tiempo, supe que hay empresas de latinos que se dedican a recoger, limpiar y reparar estos objetos para revenderlos a precios económicos (mi gente siempre viendo oportunidades de negocio ). Personalmente, encontré unas mesitas preciosas y hasta un televisor, pero debo admitir que, al principio, me sentía como si estuviera robando algo. Spoiler: nadie te dice nada, porque aquí es completamente normal.
La puntualidad de los transportes públicos
Acostumbrada a esperar horas por un autobús en Venezuela, descubrir que aquí las aplicaciones te dicen con exactitud en cuántos segundos llegará tu autobús fue como una explosión en mi cabeza . Que te digan «llega en 2 minutos con 35 segundos» y que efectivamente llegue en ese tiempo me pareció una locura. Sin embargo, esta precisión también significa que si llegas un minuto tarde, el autobús se fue y tendrás que esperar al siguiente. Aquí la puntualidad no es opcional.
La obsesión con el pronóstico del clima
En mi país, basta con mirar al cielo y confiar en el instinto: «Ese sol es de lluvia, mejor agarra un paraguas». Pero aquí nadie se arriesga sin antes revisar «la météo». Al principio me parecía exagerado, pero aprendí a las malas por qué es necesario. Un día salí del metro en Montreal sin haber revisado el pronóstico, y me recibió una tormenta de nieve con vientos helados. Desde entonces, no salgo de casa sin antes consultar el clima.

Bolsas de leche… ¿en serio?
En mi país decimos «deme un cartón de leche». Aquí, la leche viene en bolsas. Sí, bolsas. Y no solo eso, sino que hay jarras especiales para sostenerlas y un truco para cortar la esquina de manera que la bolsa no se deforme. Al principio, cada intento mío terminaba en un desastre con leche derramada en la nevera. No fue hasta que compartí vivienda con otras latinas que entendí la técnica y descubrí la existencia de la jarra especial. ¡Todo un aprendizaje!
El reciclaje: una religión
Aquí no se trata solo de reciclar, sino de hacerlo bien. Los envases deben lavarse antes de ser desechados, y cada tipo de material tiene su propio contenedor y un día específico de recolección. Nada de meter todo en una bolsa negra y tirarlo a la basura. Me tomó un tiempo adaptarme, pero ahora lo veo como un hábito positivo que todos deberíamos adoptar.
Bancas alimentarias: solidaridad en acción
Si tienes pocos recursos, puedes acudir a «La Maison de la Famille» de tu ciudad o a una «banca alimentaria». Allí, voluntarios (en su mayoría jubilados) organizan los productos y por un pago simbólico de 5 a 8 dólares puedes llevarte lo que necesites. En Montreal, tuve la oportunidad de ser voluntaria en una banca alimentaria de una iglesia católica latina. Sin embargo, algo curioso es que muchos latinos se quejan de que siempre son los mismos productos y que algunos están cerca de su fecha de vencimiento. Yo pienso que, cuando tienes hambre, eso pasa a un segundo plano, pero no deja de ser un punto de debate.
Adaptarse o sorprenderse para siempre
Después de seis años aquí, sigo encontrando cosas que me sorprenden, pero he aprendido a abrazar estas diferencias en lugar de resistirme a ellas. Al final, vivir en otro país no se trata solo de aprender el idioma o encontrar trabajo, sino de abrir la mente a nuevas formas de vivir y pensar.