Mi primera vez en la Fórmula 1: adrenalina, tufo y recuerdos

a couple of racing cars driving down a race track

El pasado viernes fui a Montreal decidida a vivir algo que había soñado desde niña: presenciar una carrera de Fórmula 1. No es que yo sea fanática del automovilismo, pero crecí viendo las carreras por televisión con mi hermano. Él sí era un fan con todas las letras: se sabía los nombres de los pilotos, las escuderías, los tiempos, todo. Y una vez me dijo que su sueño era ver una carrera en vivo, escuchar el rugido de los motores de cerca. Nunca lo logró. Falleció hace varios años, pero cada vez que veo un partido de fútbol, de básquet o una carrera de autos, pienso en él.

Él me enseñó a amar los deportes como espectadora. No para practicarlos (¡jamás!), pero sí para disfrutarlos desde la sala o en un estadio. Con él fui a mi primer partido del Deportivo Táchira siendo apenas una adolescente. Siempre soñamos con asistir a un Mundial de Fútbol o a un partido de la NBA. Él como fanático apasionado; yo como su fiel acompañante. Y aunque ya no está, ese deseo sigue latente. Por eso, cuando vi la publicidad del Grand Prix en Montreal, ni lo dudé.

Invité a un amigo y a su hermana, porque no quería ir sola, y allá fuimos. Compramos las entradas más económicas —porque una es soñadora, pero también precaria— y asumí que nos tocaría el peor lugar, bajo el sol y bien lejos de todo. ¡Pues no! Estábamos increíblemente cerca de la pista, separados solo por un par de cercas de alambre. Y ahí fue cuando me cayó la ficha: a esa velocidad, cuanto más lejos, ¡mejor! (Sí, lógica pura, pero la lógica y yo no tenemos un lazo muy estrecho). Desde tan cerca, lo único que se ve es un destello de colores cruzando a toda velocidad. Literalmente: ¡pum! y ya.

El sitio no era malo. Desde nuestro ángulo se veía cómo los autos salían de la curva y aceleraban frente a nosotros. Pero la humanidad no coopera. Estábamos en una loma, lo que permitía una vista perfecta tanto sentados como parados si uno se organizaba un poco. ¿Y qué hicieron los genios del público? Exacto: todos de pie. Los de adelante, los del medio, los del fondo. Un caos visual.

Vibrant red Formula 1 car cockpit, showcasing steering wheel and intricate details.

Yo, que mido menos que la esperanza de Venezuela ganando el Mundial, encontré un huequito entre algunas cabezas desde donde podía ver perfecto. Pero el universo tenía otros planes para mí. Justo delante de mí se encontraba un ciudadano… digamos… muy natural. Sentado, todo bien. Pero cuando se puso de pie y empezó a moverse, salió a flote un tufo de humedad y cebolla fermentada que me sacudió el alma. Entre la brisa y mi mala ubicación, inhalé todo el bouquet completo. Casi muero. Náuseas, mareo, ojos llorosos. Salí corriendo buscando aire fresco, y terminé viendo la carrera en una pantalla gigante.

Mis amigos lo disfrutaron más, pero yo no puedo decir que no valió la pena. Porque sí lo disfruté. Por la compañía, por la vibra, por ese sonido brutal de los motores que atraviesa el pecho como un disparo de adrenalina. En un momento pensé: «Cheo, tenías razón, esto es increíble».

También pasamos por el circuito de Porsche, que fue otra dosis de lujo y tecnología impresionante. Si me preguntan si lo volvería a hacer: claro que sí. Pero ahora ya sé cómo moverme. Para la próxima: entrada con vista estratégica, sombrero, bloqueador, cojín y quizás una pinza para la nariz, por si acaso.

Eso sí, no iría a las prácticas. Iría al evento real, con toda la emoción del momento.

Entre mis planes para 2026 está asistir a un partido del Mundial, si la Vinotinto clasifica sería un sueño, pero si no, igual iré. Porque me lo debo. Porque esos sueños de infancia aún viven en mí, y aunque no los comparta ya con mi hermano, los vivo con él en el corazón. Y eso, créanme, hace toda la diferencia.