Si hay algo que siempre me ha gustado, son los idiomas. No quiere decir que sea disciplinada con ellos, pero la intención ha estado. En mi país natal, Venezuela, hice varios intentos con el inglés, el italiano y, finalmente, con el francés. Ahí fue cuando descubrí Duolingo y me enganché. ¡Las rachas diarias subían y subían! Me lo tomaba en serio y hasta contagié a mis compañeros de trabajo para que aprendiéramos juntos. Era divertido, motivador y sentía que, poco a poco, iba dominando el francés.
Hasta que llegué a Quebec.
Ahí me di cuenta de que ningún francófono está preparado para el francés de Quebec. Es un mundo aparte. Yo conocía frases, palabras, hasta había practicado un poco la pronunciación con la app. Pero a nadie le importó mi esfuerzo porque, simplemente, no me entendían. La frustración no tardó en llegar. Yo, con toda la seguridad de que podía decir «Bonjour» correctamente, descubrí que mi entonación no era la esperada. ¡Nadie me entendía! Ni yo a ellos. Ve el minuto 1,20 del siguiente video y entenderas mi trauma.
Y claro, cometer errores en público no es fácil, sobre todo cuando ya eres adulta. Cada intento fallido me hacía sentir pequeña, torpe, vieja para aprender. Eso de «loro viejo no aprende a hablar» lo tenía incrustado en la cabeza. Pero igual insistí. Deambulaba por la ciudad tratando de captar palabras en el metro, en la calle, en las tiendas. Nada. Era como si estuviera rodeada de sonidos ininteligibles. Me desmoralicé mucho.
Después de haber sobrevivido al secuestro que sufrí al llegar. (Si no te has enterado, pincha aquí). Mi estado de ánimo ya estaba tambaleante, me sentía desorientada, perdida, vulnerable. Afortunadamente, Dios puso en mi camino a personas maravillosas que me ayudaron a entender y a dar mis primeros pasos en Quebec. Con mis papeles en regla, pude inscribirme en una escuela de francés.
Era una escuela a las afueras de Montreal. Tenía que viajar dos horas en metro, pero no me importaba. ¡Qué importaba el tiempo si por fin iba a aprender! La primera clase fue un reto. Mis compañeros eran cinco árabes, dos chinos, tres indios y dos colombianos que hablaban inglés a la perfección y que, sinceramente, no parecían interesados en socializar conmigo. Yo me quedé con los chinos, una pareja recién llegada que, como yo, estaba perdida pero con ganas de aprender. Nos hacíamos las tareas juntos, nos reíamos de nuestros errores y tratábamos de sobrevivir al francés. Pero no aprendí mucho allí, la tenía cuesta arriba.
Hasta que me salió un cupo en el instituto más codiciado de Montreal: el Centre Yves-Thériault. Todo el mundo quiere estudiar allí y no es para menos. ¡El centro es espectacular! Salones amplios, biblioteca, cafetería, canchas… Un ambiente de aprendizaje ideal. Me hicieron una evaluación y me pusieron en nivel 2 porque ya sabía los colores, los números y algunas frases.
Allí conocí a Madame Beatriz, una profesora que marcó mi vida. Seria, estricta y exigente, pero gracias a ella logré construir una base sólida. No solo aprendí francés, sino cultura quebequense. ¡Y vaya que la cultura es importante! Desde el reciclaje hasta cómo manejar situaciones de acoso (haberlo sabido antes…). Nos llevó de paseo al supermercado para aprender a pedir productos, nos hizo preguntar por eventos en el Estadio Olímpico, nos enseñó a pedir indicaciones.
Amaba esas clases, pero mi estadía en Yves-Thériault duró solo un mes y medio. Me salió una oportunidad de trabajo en otra ciudad y tuve que decidir entre seguir estudiando o empezar a trabajar. Elegí el trabajo y me mudé a Saint-Hyacinthe. Me perdí la salida a la cabane à sucre. ¡Qué dolor!
En Saint-Hyacinthe ya las inscripciones habían cerrado y no conseguía cupo en ninguna escuela. Mientras tanto, trabajaba en una empresa donde el 80% de los empleados eran latinos. ¡Gran error! En el momento me pareció ideal, pero ahora veo que eso me retrasó. No tenía práctica real en francés y me costaba mucho integrarme en la sociedad quebequense. Mi consejo es: si puedes estudiar, hazlo. Aprender francés es vital no solo para la integración, sino para sobrevivir. No todo el mundo está dispuesto a traducir ni a darte una mano cuando no entiendes algo.
Si puedes completar hasta el nivel 4 antes de lanzarte al mundo laboral, hazlo. Tendrás mejores oportunidades y evitarás trabajos con sueldos de miseria. Y si no puedes, aprovecha las opciones en línea. Yo descubrí el FEL (Francisation en ligne) y me ha ayudado muchísimo. De hecho, hace una semana completé el nivel 7. ¡Todavía no me lo creo!
Aprender un nuevo idioma después de los 50 es desafiante. La gente te mira raro, te hace sentir viejo, pero con determinación todo es posible. Yo tengo 54 años y cada vez que me decía «no puedo», me repetía: ¡Sin miedo al éxito, Maruja! Y aquí estoy, viva, con varias heridas, pero aprendiendo y avanzando.
Si estás en la misma situación, te digo: ¡no te rindas! Aprender francés es un viaje lleno de frustraciones, pero también de grandes logros. Y cuando por fin puedas hacer tu primera conversación sin trabarte, verás que todo el esfuerzo valió la pena.